dijous, 5 de novembre del 2015

Hilandera

FÁTIMA LA HILANDERA  - (cuento sufí) 

EL CAMINO DE LO INEVITABLE (comentarios al final de Mario Liani) 

Una vez, en una ciudad del más lejano Occidente, vivía una joven llamada Fátima. Era la hija de un próspero hilandero. Un día, su padre le dijo: “Ven, hija: haremos una travesía, pues tengo negocios que hacer en las islas del mar Mediterráneo. Tal vez tú encuentres a un joven atractivo, de buena posición, que podrías tomar por esposo.” 
Se pusieron en camino y viajaron de isla en isla, el padre ha­ciendo sus negocios, mientras Fátima soñaba con el esposo que pronto podría ser suyo. Pero un día, cuando estaban camino a Creta, se levantó una tormenta y el barco naufragó. Fátima, semiconsciente, fue arrojada a una playa cercana a Alejandría. Su padre había muerto y ella quedó totalmente desamparada. 

Podía recordar sólo vagamente su vida hasta entonces ya que la experiencia del naufragio, y el haber estado expuesta a las inclemencias del mar, la habían dejado completamente exhausta. Mientras vagaba por la arena, una familia de tejedores la en­contró. A pesar de ser pobres, la llevaron a su humilde casa y le enseñaron su oficio. De esta manera, ella inició una segunda vida y en el lapso de uno o dos años volvió a ser feliz, habién­dose reconciliado con su suerte. Pero un día, estando en la pla­ya, una banda de mercaderes de esclavos desembarcó y se la llevó, junto con otros cautivos. A pesar de lamentarse amargamente de su suerte no encontró ninguna compasión de parte de ellos, quienes la llevaron a Estambul y la vendieron como esclava. Por segunda vez, su mundo se había derrumbado. Ahora bien, sucedió que en el mercado había pocos compradores. Uno de ellos era un hombre que buscaba esclavos para trabajar en su aserradero, donde fabricaba mástiles para barcos. 

Cuando vio el abatimiento de la infortunada Fátima, decidió comprarla, pensando que de este modo, al menos, podría ofrecerle una vida un poco mejor que la que habría de recibir de otro comprador. Llevó a Fátima a su hogar, con la intención de hacer de ella una sirvienta para su esposa. Pero cuando llegó a su casa, se enteró de que había perdido todo su dinero al ser capturado un cargamento por piratas. No podía afrontar los gastos que le oca­sionaba el tener trabajadores, de modo que él, Fátima y su mujer quedaron solos para llevar a cabo la pesada tarea de fabricar mástiles. Fátima, agradecida a su empleador por haberla rescatado, tra­bajó tan duramente y tan bien, que él le dio la libertad y ella llegó a ser su ayudante de confianza. Fue así como llegó a ser rela­tivamente feliz en su tercera profesión. 

Un día, él le dijo: “Fátima, quiero que vayas a Java, como mi agente, con un cargamento de mástiles; asegúrate de venderlos con provecho.” Ella se puso en camino, pero cuando el barco estuvo frente a la costa china un tifón lo hizo naufragar y, una vez más, se vio arrojada a la playa de un país desconocido. Otra vez lloró amargamente, porque sentía que en su vida nada sucedía de acuerdo con sus expectativas. Siempre que las cosas parecían an­dar bien, algo ocurría, destruyendo todas sus esperanzas. “¿Por qué será”, exclamó por tercera vez, “que siempre que intento hacer algo, ello se malogra? ¿Por qué deben ocurrirme tantas desgracias?” Pero no hubo respuesta. De manera que se levantó de la arena y se encaminó tierra adentro. 

Ahora bien, sucedía que nadie en China había oído hablar de | Fátima ni sabía nada de sus problemas. Pero existía la leyenda, de que un día llegaría allí cierta mujer extranjera, capaz de hacer una tienda para el emperador. Y puesto que, en aquel entonces, en China no existía nadie que pudiera hacer tiendas, todo el mundo esperaba el cumplimiento de aquella predicción con la más vivida expectativa. A fin de estar seguros de que esta extranjera, al llegar, no pa­sara inadvertida, los sucesivos emperadores de China solían mandar heraldos una vez por año a todas las ciudades y a todas las aldeas del país, pidiendo que cada mujer extranjera fuera lle­vada a la Corte. Fue justamente en una de esas ocasiones cuando Fátima, agotada, llegó a una ciudad costera de China. La gente del lugar habló con ella por medio de un intérprete, explicándole que tenía que ir a ver al Emperador. “Señora”, dijo el Emperador, cuando Fátima fue llevada ante él, “¿Sabéis fabricar una tienda?”. “Creo que sí”, dijo Fátima. 

Pidió sogas, pero no las había. De modo que, recordando sus tiempos de hilandera recogió lino y fabricó las cuerdas. Luego pidió una tela fuerte, pero los chinos no tenían la clase que ella necesitaba. Entonces, utilizando sus experiencias con los tejedores de Alejandría fabricó una tela resistente para hacer tiendas. Luego vio que necesitaba parantes para la tienda, pero no exis­tían en el país. Entonces Fátima, recordando cómo había sido enseñada por el fabricante de mástiles en Estambul, hábilmente hizo unos sólidos parantes. Cuando éstos estuvieron listos, se devanó los sesos tratando de recordar todas las tiendas que ha­bía visto en sus viajes; y he aquí, que una tienda fue construida. Cuando esta maravilla fue mostrada al Emperador de China, él ofreció a Fátima dar cabal cumplimiento a cualquier deseo que ella expresara. Ella eligió establecerse en China, donde se casó con un atractivo príncipe, y donde, rodeada por sus hijos, vivió muy feliz hasta el final de sus días. Fue a través de estas aventuras, como Fátima comprendió que lo que había parecido ser, en su momento, una experiencia desa­gradable, resultó ser parte esencial en la elaboración de su felici­dad final. 

EL CAMINO DE LO INEVITABLE (por Mario Liani) 
Cuando estamos viviendo nuestra vida en el día a día, es prácticamente imposible comprender las razones evolutivas de aquello que nos sucede, principalmente de las situaciones que más nos duelen o nos golpean. Al experimentar vivencias tristes o amargas, solemos enfocarnos en el resultado final, o sea, en el último tramo que recorrimos para "llegar ahí" y por supuesto, en el dolor que la situación nos causa. Sin embargo, solemos olvidar que para llegar a ese punto, realizamos un cierto recorrido que nos hizo aprender algo, "un algo" que en su momento fue la razón que nos impulsó a recorrer esa senda y enfrentar las pruebas que estaban esperando por nosotros. En nuestro desconocimiento del Plan que la Vida nos reservó, quizás nos recriminemos por haber tomado ésta u aquella decisión que nos llevó a experimentar esa amarga situación. 

Al recomenzar de nuevo - en la sana intención de dejar atrás una desafortunada fase de nuestra vida - emprendemos nuevos proyectos bajo la aparente presión que la Vida suele ejercer sobre nosotros para que aprendamos lo necesario para salir adelante. Y es así como llegamos a un punto en que - sin darnos cuenta - estamos usando todo aquello que aprendimos a lo largo de nuestro caminar, todo aquello que parecía apenas destinado a cubrir o a satisfacer las necesidades de un determinado momento. Si estamos lo suficientemente despiertos para percibirlo, nos podríamos dar cuenta de que la Vida hizo que pasara lo que pasó, únicamente para que estuviéramos listos para poner en práctica todo lo que aprendimos de manera espaciada y fragmentada. 

En un solo instante - en el momento en que todos esos fragmentos empiezan a cobrar relevancia - toda la película de la Vida se nos reproduce en cámara lenta, deteniéndose en aquellas escenas que debemos revisar con atención para volver a ver los detalles que se nos pasaron por alto cuando estábamos muy atareados y distraídos actuando en la personificación de nuestro rol. Ése es un buen momento para comprender que siempre hay poderosas razones - aunque no las sepamos de antemano o no las comprendamos - para que ocurra lo que deba ocurrir, pero principalmente, para tomar consciencia de que nada relevante ocurrirá hasta que tengamos el conocimiento que nos faculte para hacer lo necesario. Todo lo que experimentamos durante nuestra vida se convierte en parte esencial de las soluciones que, sin saberlo, llevamos con nosotros hasta que llega el momento de ponerlas en práctica. 

Si reflexionamos sobre esto, es probable que percibamos que cargamos con nosotros todas las posibles soluciones a lo que seas relevante en nuestras vidas. En pocas palabras, a gran velocidad nos dirigimos hacia un instante del Tiempo en que algo está aguardando por nuestra llegada y por las soluciones que se requieren, las que sólo nosotros podríamos aportar. ¿Cuándo y quién planificó eso? ¿Cómo es posible que pasemos una gran parte de nuestra vida preparando (sin saberlo) las condiciones para actuar en un escenario futuro que sólo aguarda nuestra llegada? ¡Indudablemente esto es un gran misterio! 
La única posibilidad que nos queda para poderlo atestiguar en su máxima expresión, es confiar que todo lo que hacemos y todo lo que nos ocurre tiene un relevante propósito. 
Cuando aceptamos que no hay otra manera de comprenderlo, ocurre lo que la Vida desea que hagamos: dejar de resistir, aceptar lo inevitable y fluir con la Corriente de la Vida, permitiendo que nos lleve por el Camino del Menor Esfuerzo , que siempre es el de la No Resistencia. 
¿Cómo saber que estamos en el camino correcto? 
¡Cuando todo se torna absolutamente inevitable! 
Mario Liani 

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